AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 15 de abril de 2012

¡Recuerda! (1)

ANDROCEO
“El androceo es la estructura reproductora masculina”.
ESTAMBRES
“Los estambres, son masculinos portadores de sacos polínicos que originan los granos de Polen”.
Los estambres pueden ser connatos (Fusionados o unidos en la misma espiral) o adnatos (Fusionados o unidos en más de una espiral).
3 meses después del despertar de los muertos.


- ¿Te incomodo? - Se incomodó. - ¡Qué incómodo!

El insaciable Yaakov Kav, era un Vetivk, clan principal del Estado de Balirke, que formaba parte de la República de Usffia, donde se concentraba el poder judicial de la Republica de Usffia, formada por cinco condados: Vetzavikim, Guelikim, Rhurikim, Hatzadikim y Kadhoskim.

Yaakov Kav era natural de Hatzad, capital del Condado de Hatzadikim, contiguo al de Guelikim. Era un hombre de tez dorada, que aparentaba unos treinta y pocos. No sabía como, pero había acabado vistiendo un mugriento smoking lleno de lamparones, barro, que parecía aguantarse por las manchas, al que le había arrancado las mangas. Una de ellas, la llevaba atada al pelo, para evitar que las gotas de sangre y sudor y el flequillo le cayeran por su rostro de facciones delicadas, pues su cara era algo afeminada. Aunque parecía un ser frágil, por su poca estatura, era más bien, corpulento, contaba con unos buenos pectorales, donde hacía unos meses, reposaba la cabeza de su esposa, mientras la estrechaba entre sus fuertes brazos.

Yaakov Kav, se vio obligado a aprender sobre la marcha, sin descanso, sin poder bajar la guardia, desde que salió volando del Condado de Hatzadikim. Su único equipaje, era una pequeña bolsa roñosa, llena de utensilios, que se había confeccionado con las pieles de algunas de sus presas, de camino al Condado de Vetzavikim, quería llegar a la ciudad de Vetzav. No iba muy cargado, pues no quería agotarse, aunque se iba fortaleciendo por el camino.

Siempre se había considerado un hombre de ciencia. Confiaba más en su mente que en su físico, pero le parecía absurdo, tener que debatir su vida, vestido de etiqueta, escondido entre los árboles. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, aún viéndolo con sus propios ojos redondos, de doble párpado, con la retina hiperpigmentada, y el iris de color miel.

Por fin llegó al condado de Vetzavikim. Estaba cerca del río Daach, aunque apenas podía distinguirlo entre tanta oscuridad. Ese río, era conocido, por ser el lugar donde los nacidos en el clan Vetivk tomaban su primer baño, para purificar su cuerpo y prepararse para la vida, ahora, podía distinguir el contorno de los cuerpos putrefactos en la penumbra, ya que su hedor llegó a él como una impresión arrastrada por la brisa que movía las hojas haciéndolas sonar junto al sonido de la corriente del agua. Hacía mucho calor y necesitaba beber sus dos litros de agua para resistir, y sólo le albergaba hervir el agua del río lleno de cadáveres putrefactos. Era consciente, que el ejército, también necesitaría abastecerse de agua, con lo cual, debía ir con cuidado, debía evitar cualquier encontronazo con alguna patrulla a lo largo del cauce de ese río, pues desconocía cualquier técnica de lucha. Con lo cual, era peligroso encender una pequeña hoguera para potabilizar el agua, tal vez, debería arriesgarse y bebérsela tal y como estaba. Aunque sabía cazar, reconocía que estaba en inferioridad de condiciones ante un escuadrón del ejército, preparado para responder ante cualquier tipo de amenaza, y él era una, insignificante. Tenía que pasar inadvertido, y no sabía como, vestido de smoking, como si fuera a asistir a una cena de alto copete.

Vio un árbol, con un arbusto, y se agazapó junto a él, poco a poco se fue introduciendo dentro, intentando hacer el menor ruido posible. El arbusto estaba lleno de bayas, las fue recolectando, una a una se las fue introduciendo en la boca. Le dieron sed. Sudores. Dolor de cabeza. Retortijones. El Río Daach estaba cerca, podía escuchar el rumor del agua a sus espaldas. La tierra estaba húmeda. Podía arañarla y sentir la humedad bajo sus uñas. Le quemaba el esófago. Quería salir fuera. Puso atención, a una serie de pisadas a su alrededor, que se le acercaban. Sintió el deseo de levantarse y correr hacia el río, pero sabía que era un suicidio. El arbusto le enclaustraba como una cárcel, como su cuerpo enclaustraba su mente por la fiebre.

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