AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 15 de enero de 2012

¡Lar!

“A vista de pájaro, descubrimos un congosto recubierto por un combinado vegetal heterogéneo de vasta extensión que se bifurca en dos tipos de bosque. Nos adentramos en un robledal de media montaña cercano al desfiladero, característico de la región eurosiberiana. Hay un manto de hojas cobrizas, secas, mojadas y mecidas por el viento, caen de los árboles caducifolios de hoja tierna y caduca. El bosque es contradictorio, en verano se viste de gala con sus mejores prendas de un espectacular color verde humedeciendo el ambiente con su voluptuosidad, no obstante, cuando se acerca el otoño, sus ropas se vuelven anaranjadas, un naranja colorido y hermoso del que poco a poco se desprende, permaneciendo en invierno, desnudo, tras la madreselva, hasta que regresa la primavera inundando de pinceladas de color todos los rincones inclusive los más ocultos.

Una muchacha de pelo que se confunde con la copa de los árboles, pasea abrigada por este pictórico bosque con un chubasquero naranja con franjas negras que recuerda a la abeja maya y unas botas de goma negra, junto a su perro que es una mancha enorme y también negra como si fuera una prolongación de sus botas que contrastan con el suelo. La muchacha disfruta de la fragancia embriagadora que emana de la tierra mojada, agradece a los generosos algodones que penden sobre su cabeza la magnánima colección de gotas que reparten grácilmente por todas direcciones. El perro corretea divertido sin apartarse de su lado, mientras ella rebusca, con cuchillo de monte en mano, entre las hojas secas los frutos de la tierra que acaban precipitando en su cesta cubierta con una tela de cuadritos blancos y rojos”.

Elegí mi hogar, por que en el pueblo se decía que habían muerto familias enteras en extrañas circunstancias. A parte de eso, también existía el rumor, de que por la zona, habían desaparecido grupos de excursionistas, con lo que al final, conseguí el terreno, a un precio ridículo. Era tal, el miedo irracional que se extendía entre las gentes, que nadie osaba acercarse más allá del río que daba a mis tierras, con lo cual, me daba cierta intimidad, y si algo sucedía, dentro de mi nuevo hogar, podía alegar que habían sido los fantasmas, y eso me divertía.

Por suerte, cuando caía la noche, en mi hogar, de regreso al monte, cubierta por el manto de estrellas, sin las prisas de la ciudad, se apagaban los sonidos estridentes, todo era calma y tranquilidad, incluso el dragón parecía apaciguado tras la cerca, Illich lo ladraba, aunque parecía expectante, esperándome tras mi regreso, para ser engullida al día siguiente, devorada y escupida, como cada día, en lo que más detesto, pues no muy lejos del pueblo, estaba la ciudad con todas sus luces de neón.

Dejaba atrás el dragón metálico, que me devolvía a mi anormalidad diaria, a las prisas y a mi quehacer diario, a mis luchas y matanzas, a mis baños de sangre, a mi aburrimiento. Como disfrutaba de mi reconfortante aislamiento, a mis paseos rutinarios, con mí amado Illich, estando con él, el tiempo se detenía, y saboreaba cada instante, cada pisada, cada bocanada de aire, me alimentaba de esos pausados segundos en plena naturaleza salvaje. Pero, a lo lejos, la bestia, rugía, recordándome, su existencia, y como, en un descuido, podía volver a caer en sus entrañas.

Los aromas eran tan embriagadores fuera de la cabaña. Illich era una gran bola de pelo que me rodeaba con la inmensidad de su cuerpo, me sacaba una cabeza. Si algo le perturbaba, invadía con su atronadora voz, el descanso de todas las fábricas de zetas, desgarrando sus sueños y haciéndolos añicos con el sonido quejumbroso de los sueños rotos.

Un gato apareció, de entre los árboles. Me acarició la pierna, haciéndome cosquillas. Illich empezó a ladrar. Al principio, parecía que quería jugar con el gato, pero el gato no tenía muy buenas ideas, por que iba con muy malas intenciones, con ganas de arañarle en toda la cara. Desaparecieron por el bosque.

Sola, en plena oscuridad, lejos de la cabaña de madera, abrazada por los extraños sonidos que emitía el bosque y que llegaban a mí, sosegadamente, a través de la corriente del río, empecé a recordar a Chinchetaman, que se me fue presentando como un absurdo, y sin embargo, ¿Por qué cuando lo hablé con Hasier Shestov me resultó una genialidad?


Tal vez, por que sino hubiésemos coincidido en la comida no me hubiese invitado a acompañarle a la autopsia, seguro que quería despedirse de mi antes de que se hiciera efectivo mi traslado a la nueva División. Shestov estaba entusiasmado, escuchando mi hazaña sobre Chinchetaman que no era más que el Sr. Klause, él había visto el resultado, pues era nuestro médico forense. Mientras él iba sacando chinchetas, yo le iba relatando lo sucedido, y él no podía evitar partirse de la risa.

Shestov nunca me había cuestionado mis métodos, no como mis superiores, que siempre me estaban poniendo impedimentos, pero el aburrimiento siempre me invadía. A parte, no solía llevar mis propias herramientas de trabajo, tampoco preveía lo que iba a suceder, sino que iba a un sitio y de repente me encontraba en una situación de riesgo, y tenía que encontrar un arma de oportunidad, y en ese caso fueron chinchetas, un tanto inútiles.

La situación me desbordó, y Shestov, tampoco me juzgó cuando me estaba explicando, digamos que se me fue de las manos, todo lo que sucedió fue un poco rocambolesco, pero cuando llegué al despacho del Sr. Klause, alias “Chinchetaman”, éste me estaba esperando. El pobre estaba asustado, como si ya supiera, quien era yo, pero a lo mejor, mi forma de irrumpir en su despacho, le había alertado.

El Sr. Klause hizo el amago de abrir el cajón y rebuscar en él. Me abalancé sobre él, y me senté sobre su regazo. El pobre soltó un grito ahogado. Un sudor frío cayó sobre su frente. Se sentía incapaz de emitir sonido alguno. Las palabras se le entrecortaban. Pavor. Miedo. Miré en el interior del cajón, con la esperanza de que contuviera alguna pistola, o algo que pudiera utilizar para matarlo. Pero sólo había un móvil. Me miraba con esos ojos abiertos que intentaban abarcarlo todo.

Junto al móvil, estaba la caja de chinchetas plateadas, planas, brillantes. Me llamaban por mi nombre. Sus ojos se clavaban en los míos, y le clavé una chincheta en cada ojo, con la esperanza de que dejara de ahondar mis pensamientos. Sus quejidos me perforaron los tímpanos, silenciando por un momento mi mente. Fue tan agradable, que decidí repetirlo, y clavarle dos más, en los pezones. Y le remaché con más chinchetas a forma de teclado de móvil por todo el pecho y marqué y le pregunté al oído por una operadora. Bochornoso, lo sé.

Conscientemente… no sé por que lo hice, pero tengo una idea… el Sr. Klause quería llamar por teléfono… así que… Jodido inconsciente… y como se carcajeaba Shestov mientras se lo contaba.  El día que le mencioné la historia del Crick Crack, casi se meó encima.

A Shestov le encantaban ese tipo de historias, sobretodo esa historia, muchas veces me pedía que se la contara. Hace unos años, debía entrar en una base enemiga, y me negué a usar una arma por que quería perfeccionarme con las manos, sobretodo quería afinar una llave que estaba desarrollando, el Crick Crack. Le llamaba el Crick Crack por que era un simple balanceo en dos movimientos de derecha a izquierda. Cogía con mis manos al enemigo por la cabeza, y crick-crack, así de simple, era el sonido que se escuchaba, el del chasquido del hueso roto. ¿El resultado? El cuello partido. Ese día ejecuté a quince personas. ¿Por qué quince? Al doce ya me había perfeccionado, pero quería un número redondo. Esa puntualización, era con lo que más se regocijaba Shestov.

Illich regresó, arrancándome de mis cavilaciones. El gato había desaparecido. Nos dirigimos a casa, ambos estábamos hambrientos y era hora de acostarse. La noche se fundiría con el día, seríamos mecidos por la luna y las nubes hasta que el sol se posaría en nuestras mejillas, un nuevo día y el dragón rugiría... una mañana más...

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