AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 20 de noviembre de 2011

¡Nebulosa!

Recluido durante días en la más profunda oscuridad. Escoltado, a empellones, por el pasadizo. A ciegas, iba avanzando, hasta que me interrumpieron el paso. De una colleja, me advirtieron que reanudara la marcha. Un hilo de murmullos se coló por debajo del saco, adiviné que estaba siendo examinado. Con un codazo en el costado, me avisaron que volviera a detenerme. Exhalé afligido.

A empujones me soltaron sobre una silla, y noté como unas manos me iban distribuyendo en ella. Oí los clack clack a medida que se iban cerrando los cierres. Inmediatamente, percibí un zumbido que provenía de la silla, y un leve temblor, se estaba reajustando a mi medida. Súbitamente, noté unos zas zas aproximándose y seguidamente, sentí unos pinchazos, profundos, en varias partes de mi cuerpo.

Inmovilizado y angustiado, me destaparon la cabeza. Respiré aliviado, unos segundos, pues al descubrir mi posición, me vi abrumado por la presencia de esos seres que me estaban observando. Un señor, con un artilugio que iba rozando sobre mi piel, reequilibraba los ajustes de la silla, pues a medida que iba tocando botones, se rectificaba mis niveles de comodidad, malestar, intranquilidad.

Allí estaba, tras él, la chica escuálida, de piel blanquecina, de pelo largo, ondulado y anaranjado. Me miraba risueña y su sonrisa me confortó, pues… ¿Cómo podía temer a un ser, cuya cara, era tan angelical? Posó su minúscula y nacarada mano sobre mi brazo, y suavemente la deslizó hasta mi hombro. ¿Cómo podía inquietarme un ser, que me trataba tan dulcemente?

Se inclinó sobre mí, y susurró mi nombre, apenas lo recuerdo, pero me acuerdo del sutil movimiento de sus labios, y la calidez que desprendían sobre el lóbulo de mi oreja. ¿Cómo podía soliviantarme ante un ser, que hasta ese momento, era el único que me había mostrado un poco de afecto, desde que había sido capturado y recluido en esas instalaciones?

Busqué sus ojos, brillantes, sus largas pestañas me insuflaban, renovando el aire de mis pulmones. Mustio, vi como desaparecía, pero al momento, regresaba y eso me regocijaba. Podía apreciar como sus manos laboriosas, se entretenían en mi brazo. Intentaba espiarla por el rabillo del ojo, pero mi visión no alcanzaba, y estaba paralizado y no podía mover la cabeza para contemplar lo que me estaba haciendo.

El brazo empezó a quemarme, como si lo estuvieran perforando con miles de agujas. Pero la danza de su cabello, su voz harmoniosa, me tenía hechizado. Cuando vi sus sonrosadas mejillas, y esa mancha de sangre en uno de sus pómulos, me di cuenta que algo malo estaba pasando, pero no podía evitar sentirme como en un sueño, si algo dañino me estaban haciendo… ¿Por qué era incapaz de experimentarlo?

El señor que antes me había pasado el artilugio, le limpió la cara al pequeño ángel. Divertida, retomó su trabajo. De vez en cuando, levantaba la vista y sus grandes ojos curiosos me analizaban. ¿Si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, esos ojos se posarían en los míos? Me sumí en mis fantasías y ensoñaciones, mientras intuía, por las muecas que la jovial muchacha emitía, que estaba enfrascada en algún asunto, sumamente, espinoso.

Soñoliento, abrí los ojos, sus manos se habían posado sobre mis mejillas, podía percibir cada detalle de su rostro, mechones de su pelo me acariciaban la frente. Invadido por una gran serenidad, me abandone a la profundidad de sus pupilas, navegué por el mar acuoso de su liquida mirada, sosegada y pacífica. Percibí su palma de la mano sobre mi pelo, sus dedos acariciando mi oreja, se mordió los labios y caí bajo su excitante sugestión hipnótica.

Las palabras se tejían en mi mente, pero apenas podía entrelazarlas, se escapaban, desvanecían, adulteraban, correteaban, jugueteando, dentro de mí, como pequeños y vivarachos duendes, que asomaban sus lindas cabecitas por entre las neuronas, produciendo centelleos, chispas y flashes, estallando en mí. Mi mente trataba de hacer conexiones, pero las visiones, recuerdos y reflexiones estaban enmarañados, y no había forma de reestructurarlos y encontrarles una lógica.

Mi rostro estaba húmedo, mi cuerpo se convulsionaba. Pero la sonrisa de la niña de melena anaranjada me reanimaba. Un orco atronó a lo lejos, pero la amenaza se disipó, pues la grácil forma de moverse de la agradable ninfa, iluminaba la estancia. Mis miembros estaban rígidos, y me pesaban los párpados, pero luchaba para mantenerme despierto, pues no quería que la magia de la chica se evaporara.

Un intenso dolor estalló en mi pecho, me vinieron arcadas, tenía los miembros entumecidos, y los murmullos se acrecentaban, me descubrí alarmado, agitado de nuevo, pues estaba empezando a pasar por un calvario, la cabeza me retumbaba, y las palabras empezaban a cobrar sentido, me estaban arrancando de la alucinación, y mi pasado como un tufo negro, se impregnaba a mi cuerpo, recorriéndolo, hasta clavarse en mi cabeza, detonó en mi interior, y agónicamente desperté.

Ni el rostro del ángel pudo devolverme a mi anterior estado apacible. Me tachonó a preguntas. Su voz, ya no sonaba tan delicada y su sonrisa, a penas podía captarse. Pero daba igual, estaba tan abstraído en mi tribulación, que aunque a esas alturas, lo que yo creía un ángel, fuera en realidad el mismísimo demonio, para mí seguía siendo, la fuente de mis deseos.

Pesaroso y aturdido, mi pasado me mostró el camino. Pero yo no sabía nada, no tenía nada que aportar, nada que ofrecer, sólo podía entregarme, dejarme caer por el abismo. Un gran agujero se abrió a mis pies, lenguas de fuego querían devorarme, las serpientes reptaban por las paredes y un intenso calor me fundía el vientre. Una fuerza de atracción me despegaba de todo dolor y bienestar, y me llevaba a las entrañas de esa oscuridad.

Caí sobre un suelo encharcado, y las paredes que me rodeaban en esa sala cunicular, cobraban vida. Nació una luz, en su interior y anduve en la penumbra buscando una salida. A mis pies, noté manos que me acariciaban, el suelo estaba vivo, habitado por sombras que languidecían a mi paso. A lo lejos, divisé a un extraño, su cuerpo era parecido al mío, pero su cabeza, era espeluznante.

No sabía si dirigirme a él, o despistarle, pero parecía que me estaba esperando, así que acongojado, cabizbajo y asustado me acerqué a esa bestia con cabeza de cabrón. En su mano, asía una gran lanza, me intimidó con su bramido, levantó un brazo y me indicó el camino, no hubo empujones, ni codazos, pero podía advertir, una fuerza oculta que emanaba de él, capaz de reducirme.

Allí estaba, entre tinieblas, mi pequeño ángel, escuálido, refulgente, con ojos irisados. Su pelo era largo, liso y negro, caía sobre su pecho, ocultándolo. Sus labios rosáceos, sonreían. Me palpó, giró a mí alrededor, descomponiéndome en partículas bajo su análisis. El cabeza de cabrón hizo un gesto y dos seres incorpóreos aparecieron de la nada, portando un cuenco. Lo alzaron, a la vez que se inclinaban ante ella respetuosamente.

La niña escuálida, de centelleante mirada, se acercó a mi, su cabeza quedó por debajo de mi barbilla. Levantó el rostro y nuestros ojos se encontraron. Sentí una punzada en el pecho, lo miré, la diminuta mano nacarada de la niña salía de él, con algo mío, que había arrebatado de mi interior, se lo arrimó a la boca y posó sus labios, mientras me abandonaba en mi miseria y me daba la espalda, caí de rodillas, vacío.

- Ha sido ella.

- ¿Qué hacemos con él?

- Enviárselo de regreso.

La niña escuálida arrojó los restos de lo que había sacado del interior del Sr. Koontz al cuenco. El negro lo devoró todo, volviéndolo infinito y silencioso, un abismo espectral, donde nada existía, pues incluso el Sr. Koontz había desaparecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario